Conferencia inaugural para las JORNADAS DE BIBLIOTECAS PÚBLICAS Y BIBLIOTECAS ESCOLARES DE ALBACETE:
Mar Benegas, enero de 2021:
Quiero comenzar con un recuerdo de tiempos mejores, aquella vieja normalidad, cuánto la echamos de menos. Un recuerdo que también es un mensaje de aliento, un mensaje de ánimo. Comenzar contando que una de mis experiencias como autora y que más veces he compartido como ejemplo en mis charlas y cursos. Se trata del recuerdo de los encuentros de autora que tuve la suerte de disfrutar en Albacete en el año 2018 (si no recuerdo mal). Estuve en la mitad de los pueblos de vuestra provincia, fueron 45 encuentros. Y fue, como os decía, una de las experiencias más hermosas como autora que atesoro y uso cuando me vence el desencanto: tantos pueblitos, tantos niños y niñas, tantos lectores implicados, tanta poesía y tan buena coordinación entre escuela y biblioteca.
No solamente por los encuentros, que es algo que hago (o hacía, más bien, espero que pronto volvamos a disfrutar de ellos) habitualmente, sino por la sensación de llegar a esos lugares donde sería imposible llegar. A pueblos pequeños, a escuelitas rurales, a lugares en medio de la sierra, a pueblos con tan poquitos niños y niñas… y siempre, siempre, a pesar de lo complicado que es, la coordinación entre biblioteca escolar y biblioteca pública, entre docentes y bibliotecarias, era impresionante.
Y esto, que seguramente vosotros no lo veis porque estáis ahí, es un tesoro. A mí me ha servido, desde entonces, para poneros como ejemplo de cómo debería funcionar, de cómo de bien puede funcionar. Porque cuando yo llegaba, por lejos que estuviera el pueblo o por pequeño que fuera (hice sesiones en escuelitas que tenían 9 niños y niñas en total), primero habían llegado mis libros y primero se habían coordinado biblioteca y escuela, docentes y bibliotecarias, para que se aprovechase realmente el encuentro. Encuentros con niños y niñas que difícilmente van a ir a la capital a escuchar cuentos o a conocer autores, o al teatro o…y es justo ahí, donde más difícil es, donde más falta hace.
Porque si pensamos la educación literaria de las personas como un triángulo, en el centro está la infancia, hay tres ángulos que son fundamentales: la biblioteca, la escuela y la familia. Pero muchas veces fallará alguno de ellos. Por ejemplo, puede que los niños y niñas de nuestra escuela o usuarios de la biblioteca, por el entorno, por la situación socio-económica, por la realidad familiar… no reciban esa educación literaria en casa, no haya un cuidado o, simplemente, las capacidades para afrontarla. En ese caso solamente podrá funcionar si los otros dos ángulos, los otros dos pilares, funcionan coordinados, si la biblioteca y la escuela, si la pública y la escolar, van juntas. La educación literaria y estética de la infancia puede cojear en uno de sus ángulos, pero si fallan dos entonces se desmorona. En los casos que yo vi, en las oportunidades que tuve de visitar vuestra tierra, estos dos pilares estaban funcionando. Incluso en algún encuentro posterior, (Gela, no sé si estás por ahí), la maestra también involucró a las familias.
Y eso es un tesoro, sin olvidar que seguramente habrá carencias, que la administración nunca está suficientemente atenta, que la mayoría del esfuerzo sale de la médula y el corazón de las personas que conforman la red, sin olvidar que siempre es un trabajo precario, poco valorado y que necesita más atención. Sin olvidarnos de nada de eso pero sabiendo reconocer que es una maravilla lo que tenéis. Que desde fuera, visto por mí, que visito muchas escuelas y muchas bibliotecas, os pido que no bajéis la guardia, que sigáis peleando y que ojalá todas las provincias, todas las comunidades, os copiaran, a vosotros y al Plan B (de bibliotecas escolares de Galicia), porque lo que es ejemplar hay que replicarlo, y, como la buena lluvia en el campo que siga dando frutos.
Que no os desaniméis y sigáis trabajando juntos. Y, sobre todo, os doy la enhorabuena. Bien, vayamos a lo que hemos venido. Para mí es un honor abrir estas jornadas, gracias por la invitación a la Red de Bibliotecas Públicas y a Red de Bibliotecas Escolares de Albacete.
Vamos allá:
Bibliotecas: El refugio de leer
Corazón, casa de la vida y cauce. La casa, la modesta casa. Imagen del corazón que deja circular. que pide ser recorrida, es ya sólo por ello lugar de libertad de recogimiento y no de encierro.
Esta cita, de maría zambrano de su libro Claros del bosque abre mi libro versos como una casa y es, sin duda, una declaración de intenciones. Ese lugar que ha sido morada, lugar de libertad, de recogimiento y no de encierro que son la literatura, que son las bibliotecas para mí. Mi escritura está llena de casas, los títulos de mis libros, en mis poemas: refugios, habitaciones y casas, sobre todo casas. La morada, el hogar, el lugar que nos protege.
Pero no siempre fue así. Yo soy la pequeña de ocho hermanos. Soy nieta de la guerra, mis padres, los dos, huérfanos y sus hijos. La guerra es un cráter lleno de hielo. Una guerra civil es una grieta, una fisura donde el blanco del abandono y el frío, donde el vértigo y el hambre, justo allá. Y aquella guerra, la que yo guardo donde todos los recuerdos que no son míos pero me pertenecen, fue la orfandad y el miedo de mis padres. Fue su madre. Desde entonces, y antes de nacer, yo soy nieta de una guerra.
Cuando estalla la guerra, los primeros que saltan por los aires son los niños, caen a los caminos llenos de polvo o en medio del mar. Tragan tierra y agua y nadie los consuela. Cuando estalla una guerra se desploman los nidos que debían sostenerlos. El fuego y el abrigo, el calmo rumor del viento en la calle. La blanca blandura de una cama recién hecha. Se desploma el techo del afecto sobre ellos y se quedan solos. Como si nunca hubiera existido el olor a pan caliente.
Soy la nieta de una guerra y mis padres, hijos suyos. De sus pechos secos tomaron la leche del miedo y la vergüenza. Ni ojos, ni voz, ni manos que acarician. Ambos huérfanos, hijos de la guerra y del hambre.
Mi madre escribía a duras penas, a los siete años ya estaba trabajando, mi padre tampoco fue a la escuela. Y tuvieron ocho hijos y pocos medios para mantenernos. Así que en mi casa no había libros, había historias, eso sí, historias de sufrimiento y de caminos llenos de polvo, de dificultades y de esfuerzo, de orfandades. Pero no había libros. Así que yo no sabía, todavía, cómo podría ser de importante mi encuentro con los libros, con la biblioteca.
Y fue de una manera totalmente fortuita que hice el gran hallazgo, y cómo descubrí ese tesoro: la biblioteca de mi pueblo. Pasábamos, los niños y niñas, el tiempo fuera de casa, jugábamos en la calle horas y horas, hasta que se hacía la hora de cenar. A veces nos alejábamos mucho de casa, solas y libres, jugando, y sabiendo que si pasaba algo cualquier vecino nos vendría a rescatar o a reñirnos con la misma autoridad incuestionable que si fuera de nuestra familia. Estábamos a salvo en la calle. Una tarde en la que nos alejamos de más me entraron ganas de mear, esas ganas urgentes que dan a los niños cuando llevan muchas horas de aventuras y no se han dado ni cuenta, unas ganas irremediables y complicadísimas de resolver porque estaba lejísimos de mi casa. Entonces, alguien que me escuchó en mi desesperación, una vecina, me dijo: mir xiqueta, entra ahí, que és la biblioteca. Y sí, había un baño.
Y yo corrí, corrí rauda, porque, muchas veces, en la infancia, cuando te dabas cuenta de que necesitabas un baño era casi casi tarde. Corrí y entré y dejé atrás aquella terrible sensación de estar a punto de tener un accidente totalmente vergonzoso para mi edad. Y llegó ese alivio, maravilloso que seguro que todos conocéis.
Cuando salí del baño pude darme cuenta de donde estaba. Y allí estaba María, la bibliotecaria, que debió ver mi cara de asombro observando las estanterías repletas de libros. Y se acercó a mí y me dijo: si quieres te los puedes llevar a casa y luego me los devuelves: te los prestamos.
Y así, de esa manera tan fortuita, como suceden los grandes hallazgos, y se desvelan los grandes misterios de la vida, como se descubre la verdadera amistad, o el amor, la alegría y la poesía, así fue que yo descubrí aquel refugio que me dio de leer y me abrió sus puertas sin pedirme casi nada a cambio, más allá reconocer, ya entonces, mi pequeña insignificancia y saber, que con ese rito, el hallazgo de abrir cada libro era todo un nuevo descubrimiento.
El templo de la lectura, el santuario de los libros, donde la infancia es bienvenida, así fue que yo descubrí que una biblioteca es una casa. Un refugio. Así ha sido para mí, desde siempre, la escritura y la lectura. Es así como siento todo lo circunda a los libros: mi lugar en el mundo, un lugar que habitar. Donde he podido esconderme, protegerme y alimentarme, donde he podido encender un fuego para no tener frío. Un resguardo contra intemperie de este mundo.
Los libros fueron de las primeras cosas que compré cuando tuve dinero, cuando tuve mi primer trabajo. Y mis cajitas de libros, pocas todavía cuando me fui de casa de mi madre, venían conmigo, antes que los muebles, o la ropa… eran más, mucho más, importantes.
Ya me estaban salvando la vida. Esas cajas de libros fueron mi primer anclaje, una brújula mágica que me permitía encontrar el Norte a la vez que me perdía, me evadía de un mundo doloroso y terrible para las personas como yo, excesivamente sensible, habitual del extrañamiento y el asombro, y con la necesidad de esconderme de la realidad de vez, de transformar eso que duele o que no podía gestionar a través de la ficción, de la poesía, en algo menos doloroso, más bello. ¿Cuántos de los usuarios que acuden a las bibliotecas?, ¿cuántos de los niños y niñas de vuestras aulas no necesitarán esa fórmula mágica, ese refugio, ese alambique capaz de destilar la realidad, de transformar el dolor y el sufrimiento, en otra cosa más bella, más amable.
O pensemos también, ¿cómo fue de importante el arte, la literatura, la poesía, la música, durante los meses de confinamiento? Qué necesidad tan grande de esa gasa, de tener un nido donde escondernos y observar el mundo desde allí. Así es: un tablón en medio de la tormenta. Es importante que no lo perdamos de vista, porque, a veces, la realidad arrasa con todo y lo primero que se nos olvida es cuidar de lo pequeño, de lo simbólico, y vemos cómo se cierran bibliotecas, teatros o la biblioteca escolar se convierte en un aula, por contingencias actuales, y de pronto eso que necesitamos más que nunca queda relegado a un lugar, atrás de todo, donde nadie repara en ello hasta que no es demasiado tarde.
Demoler es más fácil que construir. Y ahora todo se tambalea. Por eso es más necesario que nunca el esfuerzo, ahora es cuando necesitamos muros de contención, compromiso y trabajo de trinchera, mano a mano, que las bibliotecas sigan vivas, que aquel que necesite entrar en la casa (simbólica y real) de los libros puedan llegar y acceder, que las puertas sigan abiertas y, de alguna manera, contrarreste el desastre. Que podamos seguir teniendo ese refugio. Y sí, es complicado en esta tesitura, pero habrá que seguir buscando el cómo.
Dice María Moliner en su diccionario que REFUGIO es cualquier lugar que sirve para guarecerse de la intemperie o para escapar de algún peligro, ¿de qué intemperie os protege la lectura? ¿Qué peligros ahuyenta? Me gustaría desentrañar estos misterios pensando en la formulación de mi propia subjetividad, de qué manera he podido yo refugiarme en ella para sobrevivir. Hacer un recorrido por los distintos refugios que podemos encontrar en la lectura, al acceder a la biblioteca cuántas madrigueras y rincones podemos encontrar. Cómo guarecernos de tanta intemperie.
Porque, ¿es la lectura un refugio a prueba de todo? La evasión a veces es necesaria, es cierto, y, aunque leer no nos hace mejores personas, no nos transforma, también es cierto que la lectura, muchas veces, como lo hizo conmigo, ayuda a abrir una ventana.
Cuidar bibliotecas y lectura, como bien demuestran los planes y actividades puestos en marcha con colectivos más vulnerables a lo largo y ancho del mundo, no hace aparecer, por arte de magia, la justicia social, ni se convierte en el fin de la vulneración de los derechos fundamentales, ni terminará con el hambre ni con el dolor, ni hará que los niños y niñas que viven en contextos de violencia o exclusión social habiten una realidad más amable, no.
Pero sí puede ser ese refugio. Puede acompañar, incluso abrir una ventana a otras realidades. Construir los peldaños que trepen hacia la boca de oxígeno, hacia la posibilidad, hacia el deseo. Porque ese sí, el deseo, puede mover montañas. Un deseo que nos aleje del dolor primario, que tiene como víctimas siempre a los colectivos más vulnerables.
Abrir una ventana, crear conciencia alimentar esa subjetividad, otra, que permita refugiarse, que aliente la transformación del individuo, el anhelo de la lucha, el anhelo de la libertad, el anhelo de la belleza, como posible motor vital. Veremos así que, a veces, la literatura salva. Leer no es un refugio a prueba de todo pero si es un refugio necesario.
Y si la lectura es un refugio, también hay un templo, un santuario, un cuerno de la abundancia, una cueva del tesoro… ese templo sagrado son, sin duda, las bibliotecas.
Las bibliotecas, públicas o escolares, son un bosque donde iniciar el camino, un lugar donde reconocerse pero, sobre todo, donde poder adentrarse en otras realidades, un libro es un lugar donde podemos sentirnos seguros. Y, en estos tiempos de asfixia, de pandemia, de miedo son, sin duda, son más necesarias que nunca, sentirnos seguros, a salvo, es algo que necesitamos más que nada en el mundo.
Porque, si pensamos en esa “nueva normalidad”, en todo eso que se está llevando el miedo, la distancia social, ese color plomizo y pesado, de dolor y muerte ,que ha tomado el mundo, nos podemos preguntar qué sucede con todas esas sensaciones, esos caricias, esos nidos, los abrazos y los besos, los juegos de los niños, esas miradas, esas sonrisas… todo escondido tras las mascarillas, tras la distancias social, ¿cómo podemos paliar este drama?, ¿qué función o acciones deberían asumir las bibliotecas para ser una gasa, una cura del alma, un manjar que alimente más allá del libro? El hecho de estar aquí, pensando juntos, ya es un paso. Si no podemos abrazarnos que la palabra sea el abrazo. Que los libros leídos en voz alta, la selección, el compartir lecturas e ideas, las recomendaciones… que todo eso que sí podemos seguir haciendo sea el objetivo final: sigamos leyendo, compartiendo lecturas, y ofreciendo el camino para que otros las encuentren. Abramos la puerta de ese refugio que es leer y que las palabras, los libros, la ficción, sean el piel con piel negado, la sonrisa y el abrazo. Si no podemos abrazarnos que sean los libros los que nos abracen. Que sea nuestra voz la que abrace a los lectores.
Dice Juan Cirlot, en su diccionario de símbolos, sobre la casa, que los místicos han considerado tradicionalmente el elemento femenino del universo como arca o casa. Que la casa, simbólicamente, es el lugar donde se almacenan la experiencia y nte de la sabiduría. Y, por su puesto, con la casa, por su carácter de vivienda, se produce espontáneamente una fuerte identificación con el cuerpo y pensamiento.
Nos nos servimos de la imagen de la casa para representar los estratos de la psique, la máscara sería la fachada, los pisos superiores y la azotea representan la cabeza y las ideas. El sótano sería el inconsciente y los instintos. La cocina es la alquimia y
la transformación del alimento. Y luego las relaciones se establecen en las distintas estancias. Así, a nivel simbólico, la casa-refugio va mucho más allá de un lugar para habitar. Veamos, a través de este paralelismo del que nos habla Cirlot, qué nos dicen los distintos refugios que nos ofrece la literatura. Esos castillos-nidos-casas a los que recurrir. O, como dijo Alejandra Pizarnik:
“Cuando el palacio de la noche encienda su hermosura, pulsaremos los espejos hasta que nuestros rostros canten como ídolos”.
Así, pulsando espejos o buscando en nosotros el resto de los ídolos que leímos y dimos de leer, vamos intentando encender la noche. Intentando alumbrar lo oscuro. Desde el día mismo que llegamos al mundo, la vida nace de un primer refugio, el útero, arca o casa donde se habita en total soledad. Antes de nacer incluso ya estamos avanzando en el camino inexorable. En la búsqueda de ese último refugio que nos albergará, también solos, para atravesar el umbral de la última casa. Pero, mientras tanto, qué palacios o cabañas, qué casas y resguardos nos ofrece la biblioteca entre sus estanterías.
Sin duda, el primer refugio será nido:
Arribita de las ramas
piaba una golondrina
no usó barro para el nido
ni usó ramitas de encina.
Tanto le gusta el naranja
a esta golondrina fina
que hizo su nido especial
trenzado de mandarinas.
El nido es el primer refugio que nos protege. Después del útero llega un nido de
brazos y pieles, de ramitas trenzadas por la espera. Un nido alimenticio y protegido, pero también a la intemperie, porque sin duda es el tiempo más vulnerable. Ese tiempo nuevo recién estrenado es frágil. Como los nidos en las ramas de los árboles. Vulnerables los polluelos, como un bebé que acaba de llegar. Los nidos están abiertos al cielo, al viento, a la lluvia. Entre las ramas se cuelan las cosas que suceden. Alrededor hay luz y trinos y aleteos.
El primer nido que construye la literatura es un nido de viento. Ramita a ramita, cada nana, cada cancioncilla, cada verso y cada rima. Cada vez que conjugamos a la memoria y traemos con la voz y la piel. El ritmo primero del latir, la memoria atávica de esta literatura que teje en el aire el primer refugio literario en el que nos guarecemos. Así sucede con la piel expuesta a la caricia pero también a la
intemperie.
El primer balbuceo de la infancia que será el primer legado literario que empujará al bebé, gorgorito y trino, a cantar, a dormir, a decir las primeras palabras. Siempre mecidas por el viento, siempre en las ramas del aire, en los brazos del afecto. Todavía en el nido, a resguardo de todo sin saber alzar el vuelo, cuando la literatura todavía no necesita casa, ni libro.
El segundo refugio que encierra la biblioteca en sus estanterías será el más apetitoso: la cabaña, una cabaña. Este refugio tiene que ver con la autonomía, con la necesidad de independencia. Ya podemos imaginar unas manos diminutas construyendo ese refugio, su propia intimidad, su lugar en el mundo. Cualquier cosa puede valer: unas sábanas. el bajo de una mesa, unas cajas de cartón, o, si el niño o la niña es más, incluso si tiene su pandilla, podremos ver una construcción hecha con palos y maderas, con telas y cartones. Y más allá el sueño de cualquier niña, de cualquier niño: que sea una cabaña en el árbol tener una cabaña en el árbol.
La cabaña es sin duda ese símbolo que representa la libertad, la emoción y el riesgo, la alegría y el juego. Pero también es conquistar la capacidad de hacer, la autonomía, el descubrimiento, lo secreto y lo misterioso, la observación y el pensamiento: todo eso es lo que se pone en marcha al construir una cabaña. Y debería ser, por supuesto, lo mismo que active la lectura a estas edades. La lectura debería ser una cabaña en el árbol. Construida con las propias manos, un refugio cerca del cielo, esa es la función de la literatura.
Dice Gustavo Martín Garzo, en su libro Una casa de palabras, que la conexión entre la literatura y la infancia tiene que ver con la esperanza. Dice, exactamente: “la literatura tiene que ver con las esperanzas del ser humano y basta con que nazca un nuevo niño en el mundo para que éstas se vuelvan a renovar. Deberíamos tener confianza en que esto es así en vez de obsesionarnos tanto con el hecho de que los niños lean. Y los amenazamos poco menos que con las penas del infierno si no lo hacen. No deben forzosamente darnos pena los niños que no leen, conozco a grandes lectores que son verdaderos patanes. La propaganda ha hecho de la lectura un requisito para el éxito” Y ahí añado yo: desgraciadamente parece que para según que entornos, es para lo único que sirve. La productividad ha extendido su reinado a casi todos los ámbitos de la infancia. Sigamos con Gustavo, que más interesante: “pero la lectura no es eso, la lectura es credulidad, deseo de aventura, búsqueda amorosa. El mundo está lleno de gente que carga sus libros horrendos, que se venden por millares y que se exhiben como si fueran grandes lectores. Cuando todos sabemos que leer tales libros no supondrá para ellos ningún cambio, ningún riesgo ni el planteamiento de ninguna pregunta. El mundo de los cuentos tiene que ver con recibir habichuelas mágicas. Y siempre que un niño se pregunta por algo, y lo hace de verdad, queriendo saber, arriesgándose en esa búsqueda, pertenece a ese mundo. Aunque luego algo le aparte de los libros y no acierte a leer ni una sola de sus páginas” Así dice, Martín Garzo.
Yo creo que apuntando a sus palabras, es importante detenernos en este punto. Repensar y reflexionar, muy seriamente sobre qué tipo de refugio estamos ofreciendo a nuestros niños y niñas con la lectura.
Justo en esas edades que se necesita una cabaña en árbol, pero ¿dejamos que la lectura lo sea?, ¿esa deseable y anhelada cabaña en el árbol o más bien ofrecemos algo que se asemeja a una cámara de tortura medieval?
A veces, mucho me temo y por desgracia, es más lo segundo. Esta sociedad capitalista transforma todo lo que toca en producto. Así convirtió la lectura en un cúmulo de urgencias: velocidad lectora, palabras por minuto, test… Y, tras la deglución apresurada y una mala digestión, la excreción de la lectura en modo de ficha, examen o prueba.
Pero creo que leer mucho o poco no es tan importante como leer en profundidad, o como compartir lectura y diálogo con los iguales o, ni mucho menos comparable la cantidad o los ítems y estándares, a que alguien que sepa hacerlo nos lea en voz alta. Qué regalo. Porque ese leer poco pero bien es mucho más significativo en la vida de un ser humano que leer cantidad y escuchar leer es tan importante y significativo como leer. Por eso, si un niño una niña, no quiere o puede leer, si no le gusta o no le apetece… tiene el derecho fundamental de que alguien le lea, incluso aunque haya una infancia lectora también tiene derecho a que le lean en voz alta aquellos textos que todavía no alcanzan solo, ese poema bien leído, esa metáfora que sitúa al lenguaje en el misterio insondable y maravilloso que es.
Así nos ocupamos de todo y cuidaremos que la construcción de su subjetividad no sea mermada y pueda llegar donde haya de llegar. Apelemos pues pues a ese derecho, y que todos los niños y niñas puedan tener una cabaña en el árbol, que alguien se preocupe de que así sea. Reivindiquemos la lectura consciente, leer poco o mucho pero en profundidad. Sin examen, ni prueba, ni ficha. Escuchar leer, escuchar recitar sin más objetivo que disfrutar de ese regalo.
Pensemos si la formulación de la lectura, tal y como se ofrece en muchos casos, no es todo lo contrario. Y, en lugar de ser una aliada se convierte en la enemiga que se sitúa contra la infancia. Con lecturas conductivistas y utilitarias, más pendiente del resultado visible, esos libros que quieren decir cómo pensar y a qué conclusiones llegar.
Con unas propuestas para la post lectura también guiadas, que obligan a realizar unas actividades bastante absurdas con preguntas como esta, que está extraída de una guía de lectura real y dice, tal cual: “¿qué árbol había en el jardín, era un almendro, un pino o un naranjo?
¿De verdad es necesario?, ¿dónde queda ese pacto íntimo entre el lector y el libro?, ¿y la recomendación entre iguales?, ¿o decir, simplemente, que ese libro es un asco?, ¿se permite en esas guías de pensamiento único decir que ese libro es un asco? ¿No es, acaso, subestimar al lector preguntarle si es un almendro o un naranjo?, ¿esa intrascendencia es necesaria?
Qué dulce maravilla sería acercarnos al libro como si trepasemos a las ramas del árbol y descubriésemos una cabaña escondida. Qué lujo ese descubrimiento de lo prohibido, ese desnudar lo misterioso, ese desvelar los misterios del mundo.
Y qué buena herramienta, además, de fomento lector. A mí por lo menos me ha funcionado muy bien, una de las más efectivas la prohibición cuando yo les decía, con toda la intención, a los niños y las niñas que venían a la biblioteca: no, esta estantería está prohibida para vosotros, no lo podéis tocar porque es para más mayores. El efecto era inmediato: la estantería quedaba vacía.
Así el poder de la lectura, de la literatura, el espacio de subversión y libertad que es la biblioteca. Un grito de libertad y descubrimiento, a veces más poderoso de lo que creemos de lo que creemos. Hablando de cabañas, ¿Sabéis que La cabaña del Tío Tom fue, dicen, uno de los detonantes de la guerra de secesión? Que un libro contribuyó a encender la mecha que prendió la hoguera donde se quemaron, para siempre, las cadenas de la esclavitud. Que vendió más de 300.000 ejemplares (ni la biblia, en aquella época).
Bueno, que me voy por las ramas. Yo creo que assí debería ser descubrir la lectura: esa cabaña construida con las propias manos de la infancia, ese refugio para la libertad para la intimidad y la autonomía.
LA CASA EN LA NUBES
Otro refugio que nos ofrece o nos brinda lo literario, una casa especial, es esa casa que está en las nubes. Es el otro lado del espejo. Porque a veces necesitamos un refugio
que no esté aquí en la tierra. Ir más allá, pasar al otro lado, subir más alto de las ramas de los árboles. A veces lo que necesitamos, directamente, es volar. Esto lo saben muy
bien los jóvenes, esos niños que crecen, esas niñas que crecen, y la casa, como a Alicia en el País de las Maravillas, se les va quedando pequeña. Se les queda diminuta y acaban rompiéndola, o deseando romperla. Esa necesidad de ir más allá, de atravesar los límites, de avanzar, caiga quien caiga. Igual que las escaleras o las puertas simbólicamente representan la manera de ascender los diferentes estratos de la psique, de evolucionar o de comunicarse.
La literatura nos ofrece ese refugio en las nubes ese otro lado alejado de lo mundano. Poderoso, donde los conjuros y sortilegios aplastan a la realidad con sus leyes y formulación. Para llegar ahí tenemos las puertas que se abren a través del libro y que nos llevan a esos lugares. La puerta son, sin duda, esas judías mágicas, o ese espejo,o aquel agujero en el suelo, o un armario… Y, como, como esas habichuelas que crecieron y crecieron y al trepar por ellas, llegaremos a ese “otro” mundo donde todo puede suceder y todo es nuevo y peligroso. Pero, si te atreves, si subes te llevarás el tesoro. Puertas que atravesar, como los lindes los lindes del bosque, o la casa de caramelo, o aquella casa estrambótica que se atrevieron a conocer, y visitar los obedientes y perfectos amigos de Pippi Langstrumm, o abrir un libro mágico, como hizo
Bastian en La historia interminable. Porque, para encontrar la realidad hay que darle la espalda y pasar por lo fantástico. Porque lo fabuloso, ese refugio en las nubes, ese mundo tras el espejo, ese otro lado, es un reflejo nítido de aquí, de este lado nuestro pero sin las interferencias de lo cotidiano sin el ruido, solamente el grano.
Atravesar esa puerta, trepar, caer, sumergirnos es poder ver también el mundo que tenemos de piel adentro. Un refugio del que siempre regresaremos con un tesoro porque nos devuelve la esencia de lo que somos, sí, pero sobre todo nos ofrece la imagen de todo lo que podemos llegar a ser y a hacer.
El refugio de los salvajes
otro refugio, el refugio de los salvajes. El refugio indómito, que a veces también es necesario. Ese refugio que no tiene paredes, que es el reflejo de la rebeldía, el refugio
de los salvajes.
Un castillo ambulante que tiene vida propia, o ese Barón rampante, de Italo Calvino, al que un acto de subversión y rebeldía, ese “matar al padre” del que ya habló Platón, lo hace vivir toda su vida completa en las ramas de los árboles. “Cuando te canses de estar ahí cambiarás la idea”, le dice su padre, pero Cosimo, que tiene 12 años, prefiere estar allí para siempre, en la incomodidad de las ramas de los árboles, antes que someterse a la voluntad obtusa de su padre, es decir, antes que doblegarse al poder autoritario paterno. Los libros como un claro espacio de subversión y rebeldía juvenil.
Volvamos a esa niña Pipi y su insolente vitalidad, sería, claramente, un ejemplo de esto que digo, igual que Cosimo, el Barón Rampante. Ambos mantienen un contacto anárquico y extraño con su entorno, consiguen burlar las normas sociales impuestas, pero se mantienen a una distancia provocadora y cercana de lo establecido.
Sin embargo, hay otros refugios más salvajes todavía, donde lo social desaparece por completo. Esa literatura se convierte en un refugio, ese lado violento y voraz que tan bien supo retratar Jack London en sus paisajes helados. O esos niños salvajes, como Mowli. O ese maravilloso He jugado con los lobos, libro basado en hechos reales, novelado a partir de la que fue la tesis doctoral en antropología de Gabriel Janer Manila. Tesis y libro nacieron de su relación con Marcos, el niño lobo que fue vendido por su familia a un pastor y que vivió, de los 6 a los 19 años, solo en la sierra con los lobos. La novela comienza así: “nunca he sido lobo, ni lo he sido ni lo soy ahora, a pesar de que conviví con los lobos” y continúa unas líneas más abajo “aprendí que más vale morir que vivir sometido, y supe lo que significa resistir”. Es así como la literatura nos ofrece el refugio de los salvaje y lo salvaje se hace refugio, bien sea por desamparo o por necesidad, por decisión propia o por obligación.
Ahí están, todas esas infancias salvajes, Pipi, Cosimo o Marcos, tantos ejemplos de vida salvaje, sin adultos, jóvenes que, en solitario, se enfrentan a la vida, que habitan lugares hostiles y extraños, como ese castillo ambulante, una casa con vida propia que atraviesa, con sus habitantes dentro, los estragos de la guerra. O aquel pequeño Hugo Cabret, de La invención de Hugo Cabret, de Brian Selznick, con ese niño huérfano, que, abandonado a su suerte, tiene que vivir solo, tras el reloj de una estación hostil.
Lo indómito, lo salvaje, lo brutal: “yo era muy pequeño, tenía seis años cuando un día, antes de que anocheciera, se presentó un hombre que yo no había visto nunca. Le dio un dinero a mi padre, me cogió por los brazos y me subió al caballo. Partimos. Mi padre me había vendido como se vende una cabra”, de He jugado con lobos.
Lo brutal y lo salvaje, decía, que, a pesar de esa brutalidad, también ofrece un resguardo al lector, que construye una mirada plural hacia el mundo, una mirada que se construye desde esa libertad indómita, pero que no está exenta, como la propia vida, de sufrimiento, porque lo libre lo salvaje, es un acto también de responsabilidad. Forma parte del tránsito hacia la vida adulta, experiencias vitales y la búsqueda de esos refugios, donde lo rebelde, lo salvaje, contrapone a la norma, donde se ve la adversidad pero, sobre todo se muestra la fortaleza.
Así, un lugar literario nos hace crecer, anhelar esa llamada de la vida, ese impulso que nos conmociona pero que también nos ofrezca el resguardo de sabernos en contacto con toda la fuerza que nos habita.
Una casa es un lugar al que volver, leer es un refugio porque allí podemos regresar. Dicen que los índices de lectura subieron durante el confinamiento, que la gente ha leído más y ha comprado más libros en estos meses de pandemia. Recuerdo mis horas de soledad en la adolescencia, buscando ese refugio de leer para olvidarme
de todo lo que me rodeaba, para evadirme de un entorno doloroso y hostil. Del mismo modo que regreso a la poesía, siempre.
Porque los lectores sabemos que sí, que la lectura es ese lugar al que volver. Una casa es eso: tener un lugar al que regresar. Y me pregunto: ¿Cómo han de sentirse aquellos que abandonan todo y se lanzan al mar y saltan muros o atraviesan montañas?, ¿qué realidad debe rodearlos para que sea preferible lanzarse al mar y ser engullidos en la oscuridad de la noche que quedarse allí de dónde vienen?, ¿qué empuja a una madre a cargar con su bebé y hacerlo vivir semejantes peligros? No será acaso el mismo impulsó que lanzó a los héroes?, Como ese Guepetto, que, como Jonás, fue tragado por la ballena buscando a su hijo de madera.
Ojalá esta realidad miserable e inhumana tuviera un final feliz como las grandes epopeyas, y esa madre que abraza a su bebé, mojada y hambrienta. Esa madre, que en su propia Odisea se lanza al mar, sin saber nadar, sin nada que perder, tiene algo que ver con la épica de los grandes viajes, la impulsa también la esperanza, la empuja la esperanza como el deseo más fuerte, como al mismísimo Dante o a Fausto, la empuja la esperanza y la redime el amor. Por eso, reconocer en ella y en todas esas personas que sufren lo mismo, aquellas que han de emigrar, huir, obligadas por las circunstancias políticas, religiosas o de pobreza y reconocerlas, a todas, como los héroes que son. Con esa heroicidad y esa valentía. Reconocerlas en eso que necesita necesita de la literatura, de la épica. Porque para comprender la realidad hemos de alimentarnos de la ficción, para abrazar la humanidad hemos de atravesar el ojo del cíclope o robar la moneda de Caronte, porque eso es lo que la empuja: la hazaña más poderosa es construir, para su bebé, un lugar al que volver, un refugio, poder regresar a casa.
Eso nos hace humanos y nos acerca a la grandeza de las epopeyas, al viaje del héroe Poder regresar a casa y ser capaces de reconocer el sufrimiento que empuja estas acciones. El viaje es una de las grandes razones, es la propia vida empujando. Y uno de los dos grandes temas de toda la literatura: Eros y Tánatos, el impulso de vida y de muerte. El deseo y la aniquilación, el amor, el sexo, la vida, en definitiva. Temas centrales de todo hecho literario, ese viaje del héroe del que nos habla Campbell en El héroe de las mil caras no es más que la imagen del viaje de vivir la propia vida. Es un viaje que como, el de los héroes épicos, siempre entraña peligros incontestables, laberintos, pruebas, pérdidas, adversidades… pero que moviliza la fuerza de la vida.
Y la fuerza de la vida es la fuerza de la esperanza, la que lanzó a odiseo y a Dante.
Así como regresamos a nosotros mismos, sin escapatoria, somos el destino último de nuestro viaje y los únicos héroes de la íntima andadura de la vida. La muestra clara de ese viaje en el que estamos inmersos que va desde el útero, origen primero, al ataúd destino ineludible en el que volveremos a encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra desnudez y nuestra fragilidad y en medio de sus dos puntos: la vida.
LAS ESTANCIAS
No es lo mismo una casa con patas de gallina como la de Baba Yagá que una casa con paredes de chocolate, como en Hansel y Gretel, no es lo mismo un castillo encantado que la cárcel de Montecristo. Y cada refugio, según sus peculiaridades, tiene sus habitaciones. La estancia, se da por supuesto, es muy diferente según la historia: los pobres huérfanos hambrientos terminan habitando una jaula, en la mayor parte del cuento, el conde habita una celda donde trama su venganza, o aquella habitación que guarda la única rueca del reino en el que la princesa terminará encantada.
Así las estancias, los distintos paisajes interiores de la literatura se convierten en partes fundamentales de la misma narración. A veces el camino es inverso, el camino del conocimiento, de la lectura, de la vida, de la política, lleva a buscar al yo real una huida a un lugar menos hostil, donde ese refugio de la literatura, de la biblioteca, se convierta en permanente. Uno de los pasajes que más me gustó de la autobiografía de Carl Gustav Jung, Recuerdos sueños y pensamientos, fue precisamente la parte en que narra cómo fue construyendo una cabaña, él solo construyó una cabaña en la que se aisló de un mundo que le resultaba doloroso, para alejarse en los últimos años de su vida. Como una biblioteca mágica, como un lugar donde nada pudiera dañarle. Allí leía y escribía.
Del mismo modo que Virginia Wolf exigió, gritó y pidió esa habitación propia, las estancias de la casa son a veces más importantes que la propia casa. Veamos algunas estancias del imaginario literario que más me han impresionado personalmente, porque esas estancias o lugares, a poco que revisemos, aparecen en casi todas las historias. Son muy abundantes en toda la literatura, algunas son terroríficas otras son mágicas muchas, la mayoría, prohibidas o misteriosas. Como el patio enfrente de la casa que da pie al cuento tradicional, maravillosamente terrible, Del enebro, recopilado por los Hermanos Grimm, les recomiendo mucho la edición de Jekyll and and hill ilustrada e intervenida por Alejandra Acosta porque es una verdadera joya, en ese patio se fragua, decía, ese cuento terrorífico y magnífico, con encantamientos, maldiciones canibalismo y una madrastra cruel. Sí, porque la maldad ha de estar perfectamente representada para que no quepa lugar a dudas, para que podamos reconocer claramente el bien y el mal.
O esos momentos que Poe supo plasmar tan magistralmente, sublimes, que tanto me gustan, y que dan fe de su profundo conocimiento de la desesperación humana. Esos momentos en los que las casas de sus relatos, las estancias, confabulan contra el protagonista. Y se ve, tan claramente trazada, la representación de la casa como reflejo del alma humana, por ejemplo cuando exclama: “miserables, no disimule usted más, confieso el crimen arranque esas tablas. Ahí está, ahí está, es el latido de su espantoso corazón” Y es la casa la que lo delata. O ese gato negro y la pared maullando tras el cemento. De manera que las partes de la casa se convierten en personajes ineludibles de la narración.
Una de las estancias más seductoras para mí es la habitación prohibida de Barba Azul, por favor lean la historia más antigua, la original no los sucedáneos. Lean y teman esa llave que sangra y esa prohibición que, por supuesto es ignorada, tras un intenso debate interior. Esa necesidad de avanzar en el conocimiento, de saber, de desvelar, de aprender. Aunque lo desvelado duela, esa valentía e intuición que salva a las protagonistas de tantos cuentos. Desde Caperucita entrando en el bosque, la habitación prohibida, o tantas otras, en las que las jóvenes, curiosas, se rebelan contra el poder establecido, transgrediendo la prohibición.
A pesar de las interpretaciones patriarcales o victorianas que hicieron los recopiladores sigue quedando la esencia. Son la idea de pura rebeldía femenina en épocas de gran opresión. Salvarse del peligro gracias al descubrimiento de lo prohibido y del conocimiento. Y, a pesar de las intenciones ocultas, ese deseo de descubrir y conocer siempre ha estado presente en la literatura desde que Eva mordió la manzana del árbol de la sabiduría. El miedo a esa estirpe de mujeres valientes que no se amedrentan ni temen perseguir el conocimiento y las riendas de sus vidas, alimentado el imaginario de tantas mujeres y niñas, en esos bosques y casas, abriendo habitaciones prohibidas, ofreciendo la fuerza de la libertad de elegir, la capacidad de decidir y la fuerza del conocimiento.
POESÍA
Terminaré volviendo a mi casa. La casa que más me gusta. Una casa de luz: la poesía. Si hay un refugio recóndito, por lo poco transitado, por lo complejo que resulta muchas veces encontrarlo a los lectores, es, sin duda, la poesía. Si en la literatura hay una luminaria o una crisálida que se enciende en mitad de la noche, esa palabra sagrada que nos puede salvar la vida, es sin duda la poesía.
La piedra filosofal del lenguaje, la única capaz de transformar el barro y el dolor en la plata nocturna de la noche y en el sol dorado del mundo. La poesía, la palabra que redime de todo mal, la capaz de nombrar el pedazo, el añico, lo destruido y al nombrarlo, con la delicadeza del vuelo de la mariposa, reconstruir y reparar el daño. Así la poesía, contra todo pronóstico se alza majestuosa y nos parte el alma en dos, para después recomponerla, pero que ya no serça la misma. Ahí está la poesía, esa casa de luz para dar cuenta del mundo. Como le preguntaron a anna Ajmátova un día, de los 17 meses que pasó haciendo cola a la puerta de la cárcel esperando para poder ver a su hijo encarcelado, en lo que denominaron los años de terror de hierro. Se le acercó una mujer y le dijo ¿usted puede dar cuenta de esto? -puedo, Ajmatova, y luego escribió Requiem, ese libro brutal u maravilloso que comienza con este poema:
no me amparaba ningún cielo extranjero
no, las alas extranjeras no me protegían
estaba entonces entre mi pueblo
y con él compartía su desgracia
Y así para transitar el dolor desgarrador, la huella de la muerte, lo terrible de saber a un hijo encarcelado injustamente o desaparecido o asesinado, porque así opera lo poético capaz de nombrar y transmutar lo individual y convertirlo en universal, como cuando dice:
diecisiete meses hace que grito
llamándote a casa
me he postrado a los pies del verdugo
hijo mío terror mío
el mundo entero es confusión
y yo ya no sé distinguir
quién es la bestia y quién el hombre
cuánto falta para tu final
quedan solo flores polvorientas
el rumor de la lámpara de incienso
y las huellas
que no llevan a ninguna parte
directa a los ojos me mira
mal augurio de una muerte cercana
una inmensa estrella
de ese mismo modo la urgencia del dolor de ‘miguel hernández, que sólo puede ser adormecido a través de la palabra. Encarcelado injustamente también y escribiendo sobre su propia ropa o en el papel higiénico, va construyendo el libro inconcluso: cancionero y romancero de ausencias, que contiene el poema más bello de la historia,
que escribe de cualquier manera, enfermo, desde la miseria de saber que su mujer y su hijo solamente comen pan y cebolla, ese poema que comienza así:
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
y así sigue, hermosura continúa igual de conmovedor. Como conmovedor el modo en que nació, de esa fuerza brutal para transformar el desgarro en belleza, para curar el sufrimiento y darle lugar en la caricia. Y así el arte de nombrar el dolor desde la belleza es esa casa que habita la poesía, una casa de luz, que nos da refugio sin pedirnos nada a cambio.
Entremos pues a la casa de la poesía, abramos puertas y ventanas. Que la biblioteca sea el refugio de la lectura, que la biblioteca sea, ahora más que nunca, espacio de libertad y también caricia y abrazo, refugio. Abramos la puerta, dejemos entrar esas almas sedientas de refugio, de nido y lugar donde guarecerse. Me despido con este poema, que da cuenta de esa necesidad de que la biblioteca sea la casa de todos, con puertas y ventanas abiertas y refugio para cualquier persona:
Abrid el portón, abrid la cancela
llega a la alegría como una gacela
abrid el camino que lleva el jardín
que llega la risa con su colibrí
abrid grifo y jarras de baño y cocina
que llega la vida con cara de niña
abrid los cajones y las balconadas
que llega una hormiga trayendo esperanza
entrad en la casa, fuera los abrigos
así van llegando también los amigos
abramos la puerta todas las ventanas
que la libertad es la que nos llama
29 enero, 2021 @ 7:06 pm
Que maravillosa conferencia, me hizo rememorar mi historia como lectora y encontré muchos puntos comunes. Todos necesitamos un refugio, un nido y muchas veces es precario. Coincido en que la literatura es una manera de abrir una ventana a un espacio cálido y amplio que nos permite conectarnos con nuestra imaginación.
Gracias Mar, por hacerme recordar y reflexionar…un abrazo.
29 enero, 2021 @ 7:20 pm
Mil gracias, María Clara, por la escucha y por tu lectura.
Es hermoso ver que no estamos solas en esos refugios, sí.
Un abrazo.
30 enero, 2021 @ 6:28 pm
Mar, muchísimas gracias por compartir esta conferencia por aquí.
Es….buf! Muy potente. Perdón por no saber cómo expresarlo.
De todo, rescato de nuevo, esa sensibilidad por visibilizar a la infancia en momentos como el que estamos viviendo.
Saludos!
30 enero, 2021 @ 6:33 pm
Gracias, Olga, a ti, por la lectura.
Y gracias por tus palabras, maestras como tú también son necesarias, como el pan, y más en estos tiempos.
Un abrazo.
31 enero, 2021 @ 10:34 am
Gracias Mar por las incontables, constantes y persistentes habichuelas que siembras y me siembras.
31 enero, 2021 @ 12:02 pm
Gracias a ti, Natalia, siempre ahí 😀
31 enero, 2021 @ 5:08 pm
Como dije, gracias por facilitarnos el trabajo y aportar calidad y calidez en estos tiempos tan .
Fuiste brasa para encender el hogar de este refugio de la lectura y la bibliotecas en Albacete.
31 enero, 2021 @ 5:47 pm
Que no se apague ese lar, siempre encendido, y más en estos tiempos.
Gracias.
31 enero, 2021 @ 5:16 pm
Qué bien, muchas gracias Mar por compartir tus palabras con todos, será un gusto poder volver a disfrutar de tu conferencia y saborear despacito de nuevo tus palabras. Un abrazo
31 enero, 2021 @ 5:46 pm
Gracias, Gela, siempre a vosotras, docentes y bibliotecarias/os comprometidos con la infancia y con la lectura.
10 febrero, 2021 @ 6:24 am
Maravillosa conferencia…tan cierto todo aquello que decís. La biblioteca un verdadero refugio y no solo eso, vuestras palabras son un aliciente un deseo grande de hacer mejores las cosas con nuestros niños… Felicitaciones y agradecida de recibir esto y todo lo que hacéis y públicais. Puedo replicar está conferencia?… La encontré realmente maravillosa. Saludos cordiales.
10 febrero, 2021 @ 6:32 am
Gracias, Mariana, por tus palabras, son un gran aliciente para seguir en esta trinchera. Y sí, puedes compartir el enlace sin problemas, mil gracias también por eso.
Saludos.
11 abril, 2021 @ 2:10 am
Mar, emocionante como nos hablas sobre las bibliotecas y sobre la lectura. Trabajé más de 30 años en biblioteca escolar y siempre tuvimos claro que era una espacio de acogida en el que los niños se sentían libres, lectores y no lectores. Interpretas muy bien mi pensamiento sobre como acercar a los niños a los libros y la lectura con libertad. Hay muchas ideas largo de enumerar que compartimos. Gracias por tu testimonio.
11 abril, 2021 @ 1:28 pm
Mil gracias, Rita. Me alegra que compartamos las ideas y la base. Un abrazo.
22 octubre, 2022 @ 11:42 am
Gracias Mar, me ha emocionado, hecho recordar y añorar los años de infancia.Un lujo leer tus palabras